“Papá, tengo miedo, ¿te puedes quedar conmigo hasta que me duerma?”. Muchas familias hemos escuchado este tipo de frases en el momento en que contábamos con ir a sentarnos a descansar en el sofá y ver un episodio de nuestra serie favorita.
Tener miedo por las noches es una experiencia muy común en algunas etapas de la infancia e, incluso, durante parte de la adolescencia. Para saber cómo responder ante ello, es importante atender al entorno y la actividad del niño no solo en el momento de irse a dormir, sino también durante el resto del día.
Hablamos de miedos nocturnos cuando los niños expresan su angustia ante alguna amenaza estando despiertos, bien en el momento de irse a la cama o bien durante la noche. Aunque pueden estar asociados, son diferentes de otros fenómenos como los terrores nocturnos, que implican despertares bruscos y alterados en medio de la noche, y las pesadillas.
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No hay cifras claras sobre la cantidad de niños que padecen miedos nocturnos, pero a partir de algunos estudios podríamos estimar que alrededor del 70 % de niños y adolescentes entre los 4 y los 16 años pueden experimentar miedos ocasionalmente, y en torno al 10 % podrían tenerlos de manera recurrente. Mientras que en edades más tempranas los miedos se suelen asociar más a lo fantástico o sobrenatural (monstruos, fantasmas), a partir de los 9-10 años se vinculan más con la seguridad personal (por ejemplo, robos o secuestros).
¿Por qué?
Las causas de que se padezcan esos miedos son muy diversas. Además de factores evolutivos y fisiológicos, también intervienen otros como las pautas de crianza y las prácticas sociales sobre el sueño, así como los niveles de ansiedad o el temperamento del niño.
¿Cómo prevenir los miedos nocturnos?
Para afrontar los episodios de miedo nocturno, lo mejor es comenzar por prevenirlos. En este sentido, podemos seguir algunas pautas generales en tres aspectos.
Higiene del sueño. En primer lugar, tenemos las recomendaciones habituales para lograr una buena higiene de sueño. Todo aquello que ayude a dormirse con más facilidad y reduzca la posibilidad de despertarse en medio de la noche disminuirá los momentos en los que se pueden sentir miedo. Es beneficioso tener una rutina familiar antes de que los niños se vayan a la cama, con actividades tranquilas como leer, cantar o contar historias, reduciendo el uso de tecnologías como tabletas y televisión. Además, practicar durante el día actividad física y al aire libre, evitando el sedentarismo, favorecerá la necesidad de descanso.
En segundo lugar, se debe hacer un control de estímulos y del entorno. Habría que evitar tener objetos en el dormitorio que puedan parecer figuras amenazantes en la penumbra (por ejemplo, un perchero) y, aunque pueda parecer evidente, evitar la exposición a contenidos que generen miedo o contenidos adultos, especialmente en las horas antes de ir a dormir.
Por último, son beneficiosas las estrategias generales de educación emocional. Al fin y al cabo, el miedo es también una emoción que debemos aprender a regular. Ayudar a entender las emociones, ponerles nombre, expresarlas y hablar abiertamente de los sentimientos favorecerá que nuestros hijos nos transmitan cómo se sienten. El hecho de que nos expresen esos miedos es preferible frente a que no sientan la confianza para hablar de ello, o que les ignoremos o neguemos cómo se sienten.
¿Cómo actuar cuando tienen miedo?
El primer gran dilema que se afronta ante los miedos nocturnos es decidir dónde deben dormir los niños. Hacerlo con los adultos ofrece una solución muy efectiva a corto plazo para reducir esos temores. Sin embargo, a medio y largo plazo puede no ser tan beneficioso, ya que pueden acabar asociando el espacio de su habitación con el miedo, y sentir que no son capaces de dormir si no se les acompaña.
Entonces, si se desea que los hijos puedan dormir en habitaciones independientes, debemos intentar que se tranquilicen en su propio cuarto. Por ello, salvo ocasiones puntuales, es mejor acompañarlos en su habitación, e intentar que se calmen allí, en vez de llevarlos a otro cuarto. El objetivo es que sientan que su habitación es un lugar seguro.
Como veíamos antes, los miedos nocturnos hay que afrontarlos como otra situación en la que es necesario regularse emocionalmente. Al principio, tendremos que dar mucho apoyo para que se calmen y explicarles cómo pueden lograrlo, para ir haciendo que progresivamente se responsabilicen de ello y con el tiempo lo hagan de forma autónoma. Los siguientes son tres ejemplos de estrategias generales para regular el miedo que podemos ir enseñándoles:
Distracción: prestar atención y pensar en elementos que no producen miedo y que nos pueden resultar agradables, o incluso usar el humor.
Reevaluación: pensar la situación que nos produce la emoción de una forma distinta para cambiar su significado. En el caso de los miedos a objetos fantásticos, se puede hacer una reafirmación de la realidad, asegurando que esas criaturas, aunque existan en la imaginación, no son reales ni van a venir a atacarnos.
Reflexión sobre la emoción: explicar qué es el miedo y por qué solemos sentirlo. Para ello, se pueden utilizar cuentos y anécdotas.
En definitiva, la mejor manera de atender a los miedos es mantener una comunicación abierta, facilitar la expresión de sentimientos y emociones y ser buenos modelos de regulación emocional. Además, hay que tener buenos hábitos de sueño. En el caso de que el miedo perjudique excesivamente el descanso y bienestar del niño, se debería solicitar un tratamiento psicológico personalizado.