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Secuelas del ataque terrorista de Hamas en Be'eri, el kibbutz israelí en la frontera con Palestina, el pasado 7 de octubre. Shutterstock

¿Conspiración o sexismo? Los sesgos de inteligencia que abrieron las puertas a la última guerra de Gaza

Mucho se ha especulado acerca del origen de los posibles fallos cometidos por la inteligencia israelí que posibilitaron el ataque de las milicias de Hamás el pasado 7 de octubre. Cientos de artículos escritos sobre la sorpresa de la agresión y el modus operandi no acaban de extraer una conclusión clara. ¿Cómo es posible que Israel, con su alta tecnología y su poderosa comunidad de inteligencia, no fuera capaz de ver lo que se estaba preparando en las cocinas del cuartel general de Hamás en Gaza?

Lo cierto es que no fue un problema de retina, ni de nervio óptico, ya que alguien lo había visto. El problema estuvo en la incapacidad de reacción ante las evidencias presentadas debido a ideas preconcebidas sobre Hamás dentro del reducido grupo de decisores en materia de inteligencia y seguridad. Además de al sesgo sexista que persiste dentro de dicho grupo.

Las tatzpitanit vigilantes

Las principales testigos y víctimas de este sesgo fueron las “tatzpitanit”, las jóvenes reclutas que el Tzahal (ejército israelí) selecciona para operar como los ojos de su inteligencia militar. Bajo la autoridad del Mando Sur y su División de Gaza, y a través de monitores conectados a cámaras de seguridad en los puestos de vigilancia fronterizos de Nahal Oz o Kissufim, observaban los movimientos que tienen lugar al otro lado de la frontera de Gaza.

Son estas mujeres jóvenes las que están empezando a denunciar la cantidad de informes que emitieron sobre movimientos sospechosos que estaban teniendo lugar desde hacía meses. De hecho, habían advertido a sus superiores que Hamás estaba preparando una operación que conllevaba ataques a la valla de seguridad, asesinar a civiles en los kibutz, asaltar bases del ejército y de las fuerzas de seguridad cercanas a la frontera, cegar las cámaras de seguridad y capturar a rehenes.

Por el relato de las observadoras supervivientes sabemos que sus superiores jerárquicos (todos hombres) se afanaban en corregir sus análisis y explicarles por qué sus conclusiones estaban equivocadas. Cuentan que fueron evaluadas de manera condescendiente, explicándoles que ellas estaban allí para ser sus ojos, pero no su cerebro. Incluso fueron infantilizadas y amenazadas con llevarlas a juicio si seguían insistiendo en sus análisis “absurdos”.

Ha sido tal el nivel de desestimación de sus repetidas alertas que incluso han dado pie a teorías conspirativas acerca de los ataques del 7 de octubre. La más corriente de esas teorías es que Benjamín Netanyahu ordenó no responder al ataque y que, en realidad, le interesaba dejar hacer a Hamás para provocar una respuesta que restaurara la legitimidad perdida y el desgaste que ha sufrido su coalición tras la fractura abierta por las propuestas de reforma judicial que amenazaban con socavar la democracia en Israel. Bajo el hashtag #BibiKnew, estas teorías corrieron como la pólvora en las redes.

Otra teoría explicativa señala que el fallo estuvo en la persistencia de una “conceptzia” (idea preconcebida) de que Hamás había sido disuadido y que, por ser un actor político además de militar, estaba interesado en mejorar la economía de Gaza y no en entablar una nueva guerra contra Israel.

Chovinismo machista

Las observadoras de campo son el único puesto dentro del ejército israelí desempeñado exclusivamente por mujeres. ¿Por qué? Normalmente son chicas que han superado las mismas pruebas y filtros que sus compañeros varones. Pero, a igualdad de resultados, ellos son enviados a unidades ofensivas de cuerpos de élite y ellas a puestos de vigilancia. Ocasionalmente pueden solicitar ser instructoras de infantería, de simulación de vuelo o trabajar en la inteligencia militar, aunque sus apelaciones son raramente atendidas.

Su trabajo es tan duro y poco reconocido que, solo en el año 2022, 180 reclutas se negaron a servir como observadoras. La mitad fueron arrestadas por este motivo.

Frente a esta discriminación, las peticiones de mujeres israelíes demandando ser integradas en los cuerpos de élite han llegado hasta el Tribunal Supremo, pero únicamente han sido contestadas por parte del ejército creando comisiones de investigación que contemplaban la puesta en marcha de proyectos piloto (como el creado en la fuerza aérea israelí para la unidad de rescate o de neutralización de explosivos, Yahalom).

Pese a ello, en estas comisiones de investigación han podido intervenir rabinos del ejército que, como “expertos”, han recomendado no poner en marcha esos proyectos bajo la amenaza velada de vetar a sus soldados de servir en unidades en las que haya una presencia de mujeres. Tal y como señala Pnina Sharvit Baruch, el servicio de las mujeres en el ejército de Israel debería verse como parte integral del interés del Estado en su defensa. En lugar de ello, suele percibirse como una importancia más estratégica conseguir que la comunidad ortodoxa de varones se integre en las fuerzas armadas.

Altos niveles de estrés

Estas mujeres jóvenes, que sirven en puestos altamente disciplinados en los que se castiga severamente la más mínima omisión, realizan turnos partidos de hasta 8 horas de observación a través de monitores conectados a cámaras. Llegan a conocer el terreno mejor que nadie y, tras dos o tres meses de entrenamiento, son capaces de detectar cualquier movimiento en su zona que se considere sospechoso, hasta una piedra que se ha movido de lugar.

Sin embargo, pese a la importancia estratégica de su función, son múltiples las quejas que existen por las condiciones en las que son obligadas a trabajar, en turnos imposibles y privadas de sueño e incluso de comida.

El estrés es tan alto que incluso muchas acaban llegando al suicidio.

Víctimas de abusos sexuales en el servicio militar

Estas evidencias apuntan a un nivel de desigualdad profundo que persiste en el ejército israelí, en el que las penas por delitos contra la propiedad privada son castigadas en los tribunales militares con mayor severidad que los actos destinados a violentar la intimidad de las mujeres. Entre ellos, distribuir grabaciones de las reclutas mientras se visten o colgar en las redes vídeos grabados sin su consentimiento mientras mantienen relaciones sexuales con sus compañeros de armas.

Estos actos han sido denunciados en repetidas ocasiones y ponen en entredicho el mito de la igualdad sobre la que se fundamentó el ethos de la “nación en armas” o del “ejército del pueblo”. De hecho, un informe efectuado en 2021 señaló que una de cada tres mujeres habían sufrido algún tipo de abuso sexual durante su servicio militar y un 60% señaló que existe un ambiente sexualizado en las unidades.

Negligencia y falta de protección de las observadoras

Según algunas filtraciones que se han ido produciendo, la madrugada del 7 de octubre tuvo lugar una conversación entre el Shin Bet y la plana mayor del ejército acerca de posibles movimientos peligrosos que se estaban produciendo en la franja de Gaza. En consecuencia, se decidió enviar a algunas unidades de fuerzas especiales a la zona, incluyendo un equipo del cuerpo de élite Sayeret Matkal. No obstante, la negligencia hacia las mujeres que servían en los puestos de vigilancia llegó hasta el extremo de no ser informadas del incremento de este nivel de alerta, exponiéndolas a los terroristas y dejándolas inermes.

Frente a estos hechos, las únicas tatzpitanit de Nahal Oz que sobrevivieron a la masacre están convencidas de que la opinión profesional de una mujer sigue considerándose menos digna de crédito que la de un hombre. Por ello, cualquier comisión de investigación que se realice debería comenzar por recoger el testimonio de las que primero vieron avecinarse el sábado negro del 7 de octubre. Sus advertencias fueron entonces ignoradas. Confiemos en que en un futuro la justicia devuelva a su testimonio el crédito que sus superiores les arrebataron.

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