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Fotograma de Match Point, de Woody Allen. BBC Films / DreamWorks SKG

El azar del crimen sin castigo: Woody Allen frente a Dostoievski

La vigencia de la que disfruta la obra de Fiódor Dostoievski ha quedado plenamente demostrada en la celebración del bicentenario de su nacimiento, en noviembre del año pasado, que animó a muchos a sumergirse en sus fascinantes novelas. Merece la pena, en este sentido, enriquecer estas incursiones en el mundo de Dostoievski de la mano de grandes artistas que han trabajado ocasionalmente en diálogo con él.

Este es el caso de Woody Allen y su fascinación por Crimen y castigo.

Cine y literatura

En Match Point (2005) el director neoyorquino transpuso al presente algunos de los elementos clave de dicha novela. Atender a las relaciones y distancias entre el film de Allen y la obra de Dostoievski es una manera excelente de confrontar nuevamente algunas problemáticas que nos siguen interpelando hoy en día y que fueron magníficamente encarnadas por uno de los personajes más memorables de la literatura universal: Rodión Románovich Raskólnikov, joven estudiante que anhela decir “una nueva palabra”, elevarse por encima de la moral convencional y darse a sí mismo su propia ley.

Crimen y castigo narra la transgresión y posterior redención de este personaje. Empujado por la miseria económica que lo atenaza y por sus cábalas filosóficas en torno al crimen y su legitimidad para los “hombres superiores”, Raskólnikov asesina a una vieja y avara usurera. Dostoievski nos sumerge en la conciencia del estudiante para asistir al complejo proceso que le llevará a, finalmente, entregarse a la policía y confesar su crimen.

Woody Allen nos traslada muy lejos del San Petersburgo de la célebre novela. Match Point narra la historia de Chris Wilton, un joven tenista profesional prematuramente retirado. Tras ser contratado como profesor en un elitista club de tenis londinense, comienza a codearse con la alta sociedad y no tarda en arrimarse a una pudiente familia, con cuya hija se casa.

Hasta este momento, no hay demasiados indicios en la historia que evoquen las peripecias de Raskólnikov. Sin embargo, Allen ha mostrado sus cartas desde el principio. En una de las primeras escenas, además de tener a su vera un volumen colectivo dedicado al escritor ruso, Chris aparece leyendo Crimen y castigo. En ese momento, el espectador no puede sospechar aún la importancia que la novela tendrá en el desarrollo de la trama.

Chris Wilton (Jonathan Rhys Meyers) con su amante, Nola Rice (Scarlett Johansson). FilmAffinity

La impronta dostoievskiana queda patente en el último tercio de la película. La, hasta el momento, plácida vida de Chris se tambalea cuando la mujer con la que mantiene relaciones extramaritales queda embarazada y amenaza con desvelar a la esposa del extenista sus infidelidades. Chris decide, como hiciera Raskólnikov, utilizar la violencia, y planea asesinar a su amante para escapar de la situación. En una secuencia no apta para taquicárdicos, Woody Allen nos muestra la consumación del crimen, que se lleva también por delante la vida de una tercera persona que nada tenía que ver con el asunto.

Paralelismos y discrepancias

La trama, en este punto, guarda fuertes paralelismos con Crimen y castigo. Merece la pena una lectura en paralelo del asesinato de la vieja usurera por parte de Raskólnikov y esta sección del film de Allen. Así se puede advertir con qué solvencia se traslada al cine un pasaje que, por la angustia y nerviosismo que genera, ha fascinado a generaciones de lectores. Y aunque muchos guiños de esta secuencia harán las delicias de los lectores de Dostoievski, lo más interesante del film está por llegar en su desenlace.

El atormentado Raskólnikov acaba confesando su crimen tras varios días de delirio continuado, sacudido por los remordimientos. Sin embargo, al tenista irlandés le sonríe la fortuna en el último instante y consigue librarse de su castigo. Es este final divergente el que exhorta al espectador a bucear en las distancias entre el personaje del escritor ruso y aquel creado por Woody Allen.

Mientras el personaje de Dostoievski se plantea su crimen como un experimento filosófico, porque se propone comprobar si es posible fijarse unas reglas morales ajenas al universo ético habitual y dar una especie de salto mortal en las costumbres al uso, el director norteamericano nos habla de motivaciones mucho más prosaicas y materiales. Chris no quiere renunciar a su tren de vida y está dispuesto a pasar por encima de quien sea con tal de preservar su bienestar.

Una ilustración de Crimen y Castigo de Nikolay Karazin, 1893. Wikimedia Commons

Pero el precio que debe pagar no puede ser más alto. Al matar a su amante, Chris asesina igualmente a su hijo. Allen, en una brillante escena del film, incluso le hace citar a Sófocles: “lo mejor es no haber nacido”. Edipo mata sin saberlo a su propio padre, pero aquí se hace lo mismo, de forma consciente, con el hijo que porta la madre. Los términos de la tragedia se invierten y cobran una inesperada crudeza.

Un dilema ético en dos contextos

A pesar de todo, el humor logra suavizar las escenas más cruentas y la ironía preside todo el relato cinematográfico de Macht Point, diferente del asfixiante diálogo interior de Crimen y castigo. Ciertamente ambas narraciones reflejan dos épocas diferentes, pero quizá también dos culturas en coyunturas históricas muy alejadas.

Mijaíl Bajtín, teórico de la literatura y uno de los mejores lectores de la obra de Dostoievski, nos advierte sobre el singular contexto en el que nacieron sus novelas.

La sociedad rusa era el escenario de un choque entre una modernización capitalista aún no consumada y los valores tradicionales de múltiples estratos sociales cerrados, anclados en formas antiguas de comunidad. Quizás este conflicto entre la vieja moral y el nuevo orden facilitara a Dostoievski discurrir con una profundidad inusitada sobre la degradación que comporta el debilitamiento de aquello que –más allá de la economía– une a una comunidad.

La óptica del homo economicus, por el contrario, relativiza los dilemas morales que antes tenían mayor predicamento social. Esto no significa que Dios haya muerto y sea lícito cualquier proceder, sino que el individuo menosprecia la reflexión ética para maximizar el beneficio a cualquier precio. Primar el triunfo personal y hacerlo prevalecer sobre los intereses de la comunidad conlleva ese riesgo.

Sólo el amor salva a Raskólnikov, que renace a una vida nueva mientras cumple su condena. En cambio, el personaje de Allen lo sacrifica todo por la dorada jaula de hierro del confort material. Todo un signo de los tiempos. El azar es quien rige su destino y la única instancia que podría darle otro curso a los acontecimientos una vez que se dimite de la propia responsabilidad moral sobre nuestros actos.

Este capítulo de la interacción del séptimo arte con Fiódor Dostoievski nos induce a reflexionar sobre cómo un mismo dilema moral se plantea en dos contextos culturales muy diferentes. La singularidad de la coyuntura rusa, cuyos frutos literarios nos siguen fascinando, fue magníficamente señalada por Stefan Zweig:

“Los personajes de Dostoievski son rusos, hijos de un pueblo que, viniendo de una inconsciencia bárbara milenaria, cayó en medio de nuestra cultura europea. Arrancados de la vieja tradición patriarcal, no familiarizados todavía con la nueva, están en medio, en una encrucijada, y la inseguridad del individuo es la de todo un pueblo. Los europeos vivimos en nuestra vieja tradición como en una casa cálida y acogedora. El ruso del siglo XIX, el de la época de Dostoievski, ha quemado tras de sí la cabaña de madera de la prehistoria bárbara sin haber construido todavía su nueva casa. Todos son desarraigados, sin dirección fija”.

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