El desarrollo tecnológico de los últimos años nos ha permitido a los arqueólogos conocer mejor que nunca cómo vivía la gente en tiempos pretéritos. Qué comían, cómo era su día a día. Y también, por qué no, sus condiciones higiénicas y sanitarias. Para estudiar esto último entran en juego unos organismos que han acompañado al ser humano desde sus inicios: los parásitos.
El estudio de parásitos antiguos (paleoparasitología) permite una aproximación bioarqueológica de primer nivel. Se debe a que permiten reconstruir las condiciones socioeconómicas e higiénicosanitarias. También se puede estudiar la presencia de animales domésticos y peridomésticos (salvajes, pero que conviven en proximidad con los seres humanos).
El hallazgo de estas evidencias se localiza en restos fecales procedentes de yacimientos arqueológicos. Entre los distintos materiales que son susceptibles al estudio paleoparasitológico destaca el análisis de restos fecales procedentes de estructuras arqueológicas ligadas a las deposiciones humanas. Por ejemplo, las letrinas y pozos ciegos, donde se acumula un gran número de evidencias parasitarias.
En un trabajo recientemente publicado intentamos arrojar luz a los parásitos presentes en la sociedad granadina de los siglos XVI a XVIII mediante el estudio de cuatro pozos ciegos. La relativa cercanía de las fechas ha permitido documentar en gran medida el yacimiento arqueológico, así como las fuentes documentales de época, para completar el análisis.
Rebuscando en los pozos ciegos de las corralas
La zona estudiada correspondía en los siglos XVI y XVII a la periferia de Granada, y fue una zona de expansión de la ciudad en el XVII. De esta forma, se crean nuevos barrios, siguiendo un nuevo modelo constructivo, en el que vivían varias familias. Estas construcciones recibían el nombre de corralas y presentaban pozos ciegos en la planta baja que servían a sus habitantes para defecar.
El hallazgo en 2022 de estas estructuras cerradas en el yacimiento arqueológico de Calle Ventanilla permitió su estudio paleoparasitológico. De esta forma, se vació el contenido de cada uno de los pozos, tomando muestras desde las capas de relleno hasta el nivel geológico. En este proceso se extremaron las precauciones para evitar la contaminación y la consecuente posible alteración de los resultados.
Tras la toma de las muestras se procedió a su estudio en el laboratorio de Antropología de la Universidad de Granada. Para ello, rehidratamos los materiales antes de analizarlos mediante un microscopio óptico.
Como resultado, identificamos huevos de varias especies de parásitos.
¿Qué nos dicen los hallazgos?
Gracias a las características morfológicas y al tamaño de estas evidencias pudimos determinar qué tipo de parásitos convivían con los habitantes de la corrala. En concreto, se encontraron huevos de Ascaris sp., Trichuris sp. y Fasciola sp. En el caso del primero, los huevos se hallaron con su característica cubierta mamelonada, así como otros sin ella, una ausencia común en materiales arqueológicos.
Tanto los Ascaris sp. como los Trichuris sp. son geohelmintos, gusanos que necesitan de una fase en tierra dentro de su ciclo biológico. Por ello, desarrollan unas cubiertas especialmente resistentes al medio, lo que favorece su hallazgo en materiales arqueológicos. Normalmente estos parásitos se dan en zonas con problemas higiénicos, así como zonas con contaminación de aguas.
Ambos parásitos tienen un ciclo de vida fecal-oral que se ve facilitado por hábitos higiénicosanitarios ineficaces, como la falta de lavado de manos, o la ingesta de agua y alimentos contaminados por heces humanas. En cuanto a las patologías, pese a que las personas infectadas suelen ser asintomáticas o tener ligeros trastornos gastrointestinales, puede llegar a producir obstrucción intestinal en los casos más severos.
Fasciola sp. es un parásito zoonótico (normalmente se da en el tracto biliar de herbívoros), que puede infectar a los humanos debido al consumo de verduras o agua contaminadas. Produce fiebre, náuseas, dolor abdominal o pérdida de peso, entre otros síntomas. Que estuvieran presente en los restos puede deberse tanto a la proximidad de la corrala con los campos circundantes (a menudo abonado con residuos fecales humanos, lo que aumentaría el riesgo de geohelmintos) como a la deficiente gestión de los residuos.
De igual forma, el uso de las aguas de la zona, tanto por humanos como por animales, pudo favorecer la aparición de epidemias por microorganismos, como se tiene registrado en el siglo XVII. De hecho, hay constancia de que el Ayuntamiento de Granada se vio obligado a promulgar las “Ordenanzas de las Aguas”, que obligaban, entre otras cosas, a limpiar los conductos de agua o a prohibir arrojar animales muertos a estos, bajo multa de 3 000 maravedíes en caso de incumplimiento.
Este acercamiento bioarqueológico nos ha permitido aportar pruebas directas de los problemas que asolaron a la población granadina del pasado, abriendo un nuevo prisma en el conocimiento de cómo vivían las gentes de ataño.