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La enseñanza bilingüe de calidad es posible: la solución está en la formación del profesorado

En los veinte años que han pasado desde que empezó la implantación masiva de los programas bilingües y plurilingües en las escuelas de España, cientos de miles de niños han tenido acceso gratuito a la educación bilingüe por primera vez. Las familias acogían con esperanza la idea de que sus hijos pudiesen tener un buen nivel de inglés.

Esta acogida es clara, tanto por las familias como por las administraciones: solamente en la Comunidad de Madrid, en 18 años, el programa bilingüe ha crecido de los 26 colegios iniciales a 597 colegios e institutos públicos participantes, un incremento de más de 2000 % (o 20 veces) y eso sin contar los centros concertados.

Ha habido gran interés desde la comunidad científica y educativa por conocer si, efectivamente, estos programas mejoraban la competencia en una lengua extranjera, y sin perder contenido. Varios de esos estudios han demostrado que los alumnos no solo mejoraban la competencia lingüística, sino que el cursar estudios de primaria y secundaria en inglés no afectaba negativamente a la adquisición de las competencias y de los objetivos curriculares de las distintas materias.

Pero la ciencia va incluso más allá: los estudiantes que hayan cursado sus estudios en programas bilingües de calidad experimentan una mejora en la responsabilidad y autonomía, disfrutan más y sufren menos ansiedad.

Los docentes, más críticos

Entonces, ¿por qué hay voces en contra de los programas bilingües? Y, no solo eso, ¿por qué un mayor número de esas voces proviene de la propia comunidad educativa e, incluso, de algunas administraciones? Para nosotras la respuesta es clara: faltan oportunidades de formación específica del profesorado. Sin duda, es la respuesta más repetida en las conclusiones de muchos estudios empíricos, no solo en enseñanza bilingüe, sino en educación en general. Una enseñanza de calidad se sustenta en una formación de calidad.

El crecimiento tan acelerado de los programas bilingües ha sobrepasado la provisión de profesorado cualificado para impartir clases de un área de contenido en una lengua extranjera.

No se trata solo de saber inglés

La formación del profesorado bilingüe debe entenderse no solo como una capacitación lingüística para que el profesor de Historia, por ejemplo, certifique el nivel mínimo de inglés requerido por su comunidad autónoma para impartir clases en un programa bilingüe.

También es necesaria una formación metodológica que les ayude a integrar la lengua en las clases de contenido, utilizando estrategias que acerquen el contenido y ofreciendo apoyo lingüístico del lenguaje específico de esa disciplina para alcanzar los objetivos de aprendizaje.

Para ello es necesario que el profesor tenga su “caja de herramientas” a mano; es decir, que esté formado en esas metodologías y que sepa cómo emplear esas estrategias en su clase.

Estrategias y lenguaje académico específico

Cuando una alumna tiene que hacer un comentario de texto sobre el Tratado de Versalles necesita usar el lenguaje académico necesario para evaluar las ideas del texto y justificar las suyas propias. Este tipo de lenguaje —independientemente del idioma— es específico de cada área de conocimiento y es el que se necesita para adquirir los objetivos de aprendizaje y demostrar conocimientos y habilidades en esa asignatura.

En este caso, la profesora de Historia deberá utilizar distintas estrategias pedagógicas que ayuden a la alumna a comprender en qué consistió el Tratado de Versalles y a evaluar las consecuencias que tuvo en sucesivos hechos históricos, todo ello redactado en inglés.

Pero cuando el docente no ha recibido una formación metodológica específica, tiene que emplear mucho tiempo y esfuerzo en buscar y preparar estas estrategias.


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Formación continuada y práctica

Por eso, son muchos los estudios que insisten en la necesidad de una formación metodológica de calidad para estos docentes. La formación debe ser continuada, práctica y centrada en las necesidades reales de los docentes, dotándoles de estrategias que puedan utilizar con sus estudiantes.

Igualmente, se debería tener en cuenta el esfuerzo de preparación y formación que supone enseñar en un programa bilingüe que habitualmente se asume fuera del horario de trabajo, lo que supone una carga añadida.

Además de establecer sistemas afianzados de coordinación entre los profesores de inglés y los de las materias que se imparten en inglés, también se podrían crear programas de mentoría a los profesores noveles que se incorporan al programa bilingüe por parte de profesores experimentados en CLIL (en español, AICLE, o Aprendizaje Integrado de Contenidos y Lenguas Extranjeras). Estos programas, que ya se llevan a cabo en otros países, servirían de guía y acompañamiento a los profesores en sus inicios en enseñanza bilingüe.


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Decisiones de política educativa

Los desafíos a los que se enfrenta la enseñanza bilingüe siguen siendo muchos, pero es fundamental contar con evidencias científicas que demuestren los efectos a largo plazo que estos programas puedan tener en distintos ámbitos educativos, como demostramos en una reciente investigación a punto de publicarse, en la que puede comprobarse cómo el ritmo acelerado de implantación en tantos colegios en tan poco tiempo, en combinación con la falta de preparación de la comunidad educativa en cuanto a la formación del profesorado, ha sido en gran parte responsable de las críticas que han recibido estos programas. Por eso, la política educativa se debe basar siempre en la investigación basada en resultados.

Esto permitirá que se tomen decisiones informadas para mitigar los efectos negativos y optimizar los beneficios de una enseñanza de calidad. Invertir en la formación del profesorado es invertir en el éxito sostenible de los programas educativos.

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