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Las aulas saludables educan en diversidad afectivo-sexual y de género

La investigación muestra que la diversidad afectivo-sexual y de género es un aspecto que está asociado a una mayor vulnerabilidad psicosocial. Esta mayor vulnerabilidad no se debe a la condición de diversidad, sino a que el contexto social sigue siendo discriminatorio respecto a las personas cuya identidad y expresión de género u orientación sexual difiere de lo mayoritario. El contexto educativo no es una excepción.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de diversidad afectivo-sexual y de género? Hablamos de diversidad para referirnos en positivo a realidades, personas y colectivos que muestran la necesaria pluralidad del ser humano. Utilizamos el concepto de diversidad para alejarnos de un uso conflictivo del concepto de normalidad.

La definición de la diversidad en el ámbito afectivo-sexual y de género no es unívoca, sino que integra un conjunto complejo de conceptos que genera mucha confusión e incluye nociones que han sido y siguen siendo utilizados de manera intercambiable e inapropiada.

Existen diferentes realidades que incluyen diversidad de sexo (por condiciones biológicas), de género (en cuanto identidad o expresión de género) o de orientación sexual. Definitivamente, un ámbito en el que las personas difieren significativamente unas de otras, en las que la experiencia subjetiva es capital y en el que no existen opciones erróneas o debatibles.

Un contexto menos respetuoso de lo que creemos

A pesar de que podemos intuir que en un contexto como el nuestro la discriminación no tiene cabida (España es pionera en Europa en la lucha por los derechos de las personas gais, lesbianas, bisexuales y transexuales), la evidencia muestra que cuando el o la adolescente pertenece a un grupo de minorías sexuales se enfrenta a un mayor riesgo de exclusiones y violencia, con las correspondientes implicaciones para su desarrollo y bienestar emocional.

El respeto hacia las personas con diversidad sexual y de género y la lucha contra la discriminación dirigida hacia las personas que presentan esta condición no es una cuestión discutible.

De hecho, responde a un imperativo legal que supone un tipo de obligación registrada legal y jurídicamente vinculante. Desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, la Constitución Española o leyes de ámbitos específicos como la Ley 26/2015, de 28 de julio, de Protección a la Infancia y a la Adolescencia o la Ley Orgánica 3/2020, de 29 de diciembre, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación (LOMLOE), la igualdad efectiva entre las personas y el respeto a la diversidad afectivo-sexual es un deber.

¿Qué se está haciendo?

A pesar del desarrollo generalizado de protocolos para la atención en educación a la diversidad en otros ámbitos, en el caso de la diversidad afectivo-sexual y de género solo algunas comunidades autónomas han desarrollado guías, programas y protocolos específicos.

Cuando estos programas se ponen en marcha, el foco se dirige únicamente al alumnado trans y al acoso por homofobia o transfobia. La perspectiva no es preventiva, holística y contextual.

Nuestro equipo llevó a cabo una revisión (cuyos resultados se publicarán en los próximos meses) y, entre las conclusiones que se derivaron de la misma, destacan las siguientes:

  1. No hay unanimidad en la atención al alumnado con diversidad sexo-genérica en España.

  2. Los protocolos existentes no atienden suficientemente a las necesidades que puede presentar este alumnado.

  3. Existe una clara escasez de formación o sensibilización del alumnado, profesorado y familias en esta materia (y cuando existe se focaliza en la enseñanza secundaria).

  4. No hay un marco común de programaciones formativas en educación afectiva y sexual en las diferentes etapas educativas.

Lo que se puede hacer

La evidencia apunta hacia la necesidad de implantar programas de educación afectivo-sexual (UNESCO, 2018) que promuevan el desarrollo saludable en procesos de construcción de la identidad y de las relaciones afectivas.

España cuenta con algunos ejemplos de programas como el interinstitucional Ni ogros ni princesas en Asturias, PIES en Valencia, Skolae en Navarra (premiado por la UNESCO), Bicácaro en Canarias o Coeduca´t, en Cataluña.

Se trata de trabajar por la consecución de los objetivos de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, en los que la educación de calidad, la buena salud y el bienestar, la igualdad de género y los derechos humanos están intrínsecamente interrelacionados.

En definitiva, la estrategia es invertir en educación en general, pero en educación afectivo-sexual en particular. El resultado será el desarrollo de conocimientos, actitudes y destrezas que mejoren la salud y fomenten el empoderamiento individual y comunitario, el desarrollo del pensamiento crítico y valores positivos como el respeto por los derechos humanos, la igualdad de género y la diversidad, que tienen un claro impacto positivo sobre el bienestar, la autoestima y la autoconfianza de las personas.

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