El impacto del pensamiento de Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494) en la filosofía europea moderna ha sido decisivo. El príncipe filósofo italiano ofreció una nueva versión de esa concepción del ser humano que se había ido agotando en la transición entre la Edad Media y el Renacimiento.
El hombre como controlador del destino
Veamos mejor cuál fue la tesis piquiana reconocida como principal manifiesto del Humanismo, es decir, de la cultura renacentista en sentido amplio. Se ha afirmado en la historiografía reciente que la propuesta de la nueva antropología en la Modernidad había alejado al hombre del ámbito religioso, porque éste no le permitiría ser lo que estaba destinado a ser en su plena libertad. Se ha creído, en suma, que la antropología de Pico había colocado al hombre en el centro del cosmos y había subrayado que su dignidad tenía un valor esencial permitiendo el orden universal.
El ser humano era creador de su propio destino y contemplador de la perfección de la creación, el predilecto del Padre divino. Como consecuencia, se ha repetido con convicción que la idea de lo sagrado o de Dios ya no era necesaria para defender los fundamentos de la filosofía moderna y contemporánea.
Sin embargo, esta propuesta que buscaba una realización autónoma del hombre no pudo hacerse realidad, a pesar de la anunciada “muerte de Dios” y de la sucesiva secularización de la sociedad. Hoy en día, de hecho, parece ser que se echa en falta una dimensión espiritual irrenunciable para la humanidad. Para huir de las inquietudes de la globalización y de la digitalización, en la actualidad se apuesta por una interioridad que le permita al ser humano volver a conectarse con la esfera trascendente dentro de sí mismo.
Este, en efecto, fue el espíritu del Humanismo o, si se prefiere, de las reflexiones de Pico. También fue el designo religioso que siguió una valiente mujer en el siglo XVI para salir de otra clase de presiones.
La revolución de Teresa
Tenía a la Inquisición siempre al acecho y vivía en un sistema social extremadamente jerarquizado que no le otorgaba el permiso para entrenar un libre diálogo interior consigo misma y con la dimensión divina. Su nombre era Teresa de Ávila (1515-1582), mística carmelita descalza. Ella inició una reforma individual y de su entera orden religiosa dentro de la propia Iglesia católica que, en el fondo, tenía mucho que compartir con las posiciones humanistas de Pico della Mirandola.
Ambos recorrieron un itinerario parecido en lo interior y lo exterior para convertir en algo más cercano y directo el conocimiento de Dios. Con ellos, la salvación de la humanidad se hacía un reto alcanzable en este tiempo terrenal y no solamente en la dimensión sobrenatural. Creyeron que era posible crear un mundo reformado más religioso y auténtico, superando los excesos y las tergiversaciones de las instituciones civiles y católicas que no dejaban de estar dirigidas por las limitaciones (vicios, pecados, corrupción) de los hombres. Las autoridades nada tenían que ver con el espíritu ecuménico originario del Evangelio, entregado hacia la pureza del alma en unión con un Dios fuente de amor y la unidad de la especie humana.
España e Italia comparten así una historia religiosa muy compleja que no se detiene en absoluto en el exclusivo ámbito político. Es cierto que los monarcas y los pontífices mezclaron en algún momento histórico la fe con un intercambio de intereses económicos y de poder, pero eso no quita que haya habido personas y movimientos espirituales que hayan contrastado estos abusos invertidos básicamente en controlar la conciencia individual de los fieles. En definitiva, Pico y Santa Teresa trataron de recuperar la variedad y el sentido hondo de realización humana que se había perdido en el contexto sangriento de guerras, conquistas y expansiones coloniales.
Este es el legado más sorprendente del Humanismo renacentista que no es solo italiano o español, sino internacional y primeramente hijo de estas dos culturas que entraron en diálogo a lo largo de los siglos gracias a una abundante circulación de ideas filosóficas, sociales y espirituales.
Dos países, una reforma
Efectivamente, Santa Teresa, sus obras y sus fundaciones son mucho más compatibles con el esfuerzo pacificador de la filosofía de Pico della Mirandola que la política de Carlos V (1500-1558) y Felipe II (1527-1598). Los soberanos de la Casa de Habsburgo querían someter todos los continentes conocidos, obligando a sus seguidores a ser católicos en una atmósfera de agarre inquisitorial que ellos mismos habían impuesto. En cambio, Pico della Mirandola luchó para que los más poderosos príncipes y teólogos del Renacimiento comprendieran la urgencia de un diálogo interreligioso que permitiera la paz política e inevitablemente religiosa.
La Reforma Teresiana de la orden del Carmelo llegó a Italia con un buen ritmo de difusión, pese al parecer de la corte imperial española y sus ministros. Curiosamente, esa misma reforma había brotado primero en tierras italianas y no castellanas, gracias al esfuerzo de los religiosos carmelitas impulsados por la influencia de Pico della Mirandola y sus ideales de espiritualidad interior más libre y originaria. Eso sí, encontraron grandes dificultades debidas al choque con la Sede Pontificia y con los altos cargos de su propia orden religiosa. Tal fue el caso de Battista Spagnoli (1447-1516), miembro de la Congregación de Mantua. Fue amigo de Pico della Mirandola y compartía sus aspiraciones reformistas.
Teresa de Ávila en España, aprendiendo de esa experiencia, logró encontrar un compromiso entre su propio proyecto espiritual y las normas político-administrativas de la jefatura monárquica y eclesial. El Humanismo no fue, por lo tanto, un movimiento contrario a la religión, sino una corriente cultural en contra de la instrumentalización de Dios y en contra de una religiosidad exterior de fachada que no garantizaba el desarrollo más satisfactorio y completo de la interioridad humana.
España e Italia, siendo dos países en constante comunicación y comunión cultural, coincidieron en cultivar un espíritu de búsqueda filosófica de la verdad revelada, representado por dos figuras tan importantes como son Santa Teresa y Pico, pero también por los antecedentes que hicieron posibles sus hazañas: Spagnoli, la Congregación de Mantua y los movimientos espirituales de renovación de la observancia.