Aquellos ciudadanos con menos recursos suelen vivir en las áreas con una topografía más accidentada y tienen, por tanto, una menor facilidad para acceder a infraestructuras y servicios urbanos.
Aunque nos gusta pensar que somos libres para tomar nuestras propias decisiones (dónde y cómo vivir y qué comer), la ciencia advierte que hay múltiples factores que influyen sobre nuestras acciones. Como por ejemplo, nuestra ciudad o nuestro barrio.
El mantra de “la COVID-19 no entiende de clases sociales” fue repetido durante los primeros meses de la pandemia para mostrar que todas las personas somos susceptibles de ser contagiadas. Pero no todos somos susceptibles de la misma manera.
Las enfermedades no afectan a todas las personas por igual. La clase social, el nivel adquisitivo y el contexto medioambiental son determinantes en la transmisión de las enfermedades epidémicas. Y la covid-19 no es una excepción.
Hay fronteras que son muros infranqueables, mientras que otras resultan invisibles. Las hay móviles, subcontratadas, internas y externalizadas. El concepto clásico ha mutado. Resulta poco realista pensar en un mundo sin fronteras, pero es preciso pensarlas de otro modo.
Las pandemias de gripe de 1918 y de la COVID-19 guardan similitudes y diferencias. Constatarlas nos debería animar a trabajar para corregir las desigualdades y reflexionar sobre los cambios para lograr la sostenibilidad. El desarrollo científico-médico y tecnológico es necesario, pero no suficiente para evitar catástrofes como la actual crisis sanitaria.
Si internet ya estaba cambiando el mundo, ha tenido que ser una pandemia la que nos ha puesto definitivamente frente al espejo, con nuestras virtudes y miserias.
El confinamiento ha puesto en evidencia que ni muchos docentes ni muchos alumnos estaban preparados para afrontar la educación a distancia. La falta de dispositivos en muchos hogares hace que miles de alumnos no dispongan de ordenador para hacer sus trabajos, lo que provoca una enorme desigualdad educativa.
Obligados a pasar más tiempo que nunca encerrados en casa, ahora es más pertinente que nunca entender lo que significa tener una vivienda digna y lo difícil que es acceder a ella.
Instaurado hace más de diez años, el Día Mundial de la Justicia Social, que se conmemora hoy, nos recuerda la necesidad de luchar contra las injusticias, incluso aunque sea con la disidencia.
Es en la escuela pública donde los niños y niñas de todos los niveles socioeducativos pueden ser atendidos y se pueden desarrollar con igualdad de oportunidades. La medida del “pin parental” supone una ruptura autoritaria con los valores democráticos.
Omar Coronel, Pontificia Universidad Católica de Perú
Más de la mitad de los adultos mayores no recibe pensión en Perú, un país con altos niveles de desigualdad y desconfianza en la política. Un estallido no sería extraño. Entre los factores que, por ahora, reducen ese riesgo, el autor menciona la debilidad del presidente Vizcarra, que cede rápido a las presiones y ha hecho un uso moderado de la fuerza.
El uso de las redes sociales para justificar el reciente golpe de estado en Bolivia enfatiza cómo tales herramientas pueden ser manipuladas para apoyar salidas menos institucionales.
Los niños son personas que, por sí solas, no pueden hacer nada para salir de una situación que en ocasiones viene impuesta por circunstancias familiares y comunitarias.
La igualdad de la mujer, la diversidad, la precarización del empleo, el envejecimiento de la sociedad, la omnipresencia de la tecnología y el desafío medioambiental son los principales ejes de cambio en España desde 1994.
La desigualdad social y la pobreza económica han crecido en los últimos cuarenta años. El deterioro de las condiciones laborales es evidente. España no acaba de levantar cabeza frente a otros países que sí empiezan a superarlo.
Profesor contratado doctor y vicedecano de la Facultad Ciencias de la Educación e Investigador y coordinador de la Cátedra Joaquim Molins Figueras Childcare and Family Policies, Universitat Internacional de Catalunya