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¿Se puede ser ‘científico’ enseñando?

Cuando comenzaron a desarrollarse las primeras vacunas contra la Covid 19, los conceptos de ensayo clínico, placebo, vacuna, seguridad, eficacia, efectos secundarios y largo plazo eran habituales en muchas conversaciones.

Y a pesar de las iniciales resistencias de muchos a vacunarse en las primeras etapas (“¿no las están sacando demasiado rápido, tendrán efectos secundarios, será peor que tener la covid?”), lo cierto es que, en general, los ciudadanos han confiado en el método científico, que ha demostrado ser exitoso.

Obviamente, sin este método científico, si la vacuna no hubiera estado testada, muchas menos personas se habrían vacunado. Entonces, ¿por qué la sociedad no es igualmente exigente a la hora de demandar ese método científico en otras ciencias, por ejemplo, en educación?

Métodos atractivos sin demostración científica

¿Por qué nos sentimos atraídos por conceptos como las inteligencias múltiples, el aprendizaje basado en proyectos o la clase invertida, muchos de los cuales apenas tienen impacto demostrado en el aprendizaje?

Cuando un profesor nos cuenta que va a probar una nueva aplicación educativa en clase, es posible que lo aceptemos sin preguntar qué beneficios espera obtener de ese cambio docente. O, cuando nos hablan de gamificación en el aula (como sinónimo de juego), quizá no indaguemos acerca de si los alumnos están aprendiendo.

La educación como ciencia

Los motivos que pueden explicar la falta de exigencia en demandar evidencia científica en educación son varios. Por una parte, en el caso de la educación, no está extendida la cultura de tomar decisiones basadas en la evidencia. Podemos llegar a ser mucho más exigentes con la eficacia que le pedimos a una crema anticelulítica que a una metodología docente.

Por otra parte, en muchas ocasiones se asume que si es novedoso es bueno. Los profesores que deciden innovar y lo hacen de forma informada suelen ser pocos y estar aislados. Siguen siendo escasas las iniciativas estratégicas, y no individuales, a nivel de centro educativo.

Finalmente, las dificultades para aplicar el método científico en una ciencia social como la educación, en la que no es posible replicar en un laboratorio y considerar a los alumnos como ratones a los cuales les aplicamos placebo o vacuna, resultan determinantes.

¿Cómo podemos entonces conseguir avanzar en la aplicación del método científico en la toma de decisiones educativas, tanto en el ámbito de política educativa como, sobre todo, de los docentes a diario en el aula?

¿Dónde están los datos?

Una clave tiene que ver con el escaso acercamiento entre los científicos y los usuarios de los resultados de la ciencia. Existe una gran producción científica en el ámbito de la educación, de la economía de la educación, la psicología de la educación, con una enorme variedad de análisis basados en la evidencia.

Está muy extendido el uso de grandes bases de datos, como PISA, TIMSS o PIRLS para evaluar diferentes aspectos de los sistemas educativos de un elevado número de economías o países.

También existen artículos (análisis y meta-análisis) que estudian aspectos muy concretos del proceso de enseñanza aprendizaje y se centran en lo que ocurre en el aula:

  1. ¿Cuál es el impacto de utilizar gamificación en el aprendizaje de las matemáticas?

  2. ¿Qué hay que tener en cuenta para aplicar el aula invertida de forma correcta?

  3. ¿Es mejor dar a los alumnos el material de cada tema antes o después de explicarlo?

Existen multitud de evaluaciones de herramientas, metodologías y teorías rigurosamente contrastadas, a nivel nacional e internacional. El reto es poder divulgar esos resultados de forma efectiva y que llegue a los docentes.

Los futuros maestros

Otro de los puntos clave es transmitir a futuros docentes la importancia de elegir aquellas herramientas, estrategias y metodologías docentes que les permitan adaptarse a su realidad en el aula, así como a sus objetivos docentes, y que se haya demostrado que funcionen. Por tanto, es clave acercar la investigación a los que serán docentes y, por supuesto, incluirlo en los planes de formación y reciclaje de profesores en activo, en todos los niveles educativos.

Si bien las formaciones sobre cómo utilizar una determinada metodología o aplicación tecnológica son muy habituales, apenas lo son los cursos a docentes que basan sus propuestas en resultados contrastados científicamente.

En este sentido, la implicación y el conocimiento de los directores de centro o vicedecanos de calidad en las universidades es fundamental, ya que son las figuras encargadas de diseñar estos planes de formación y de tomar decisiones que afectan posteriormente a lo que ocurre en el aula.

Finalmente, los docentes podemos proponer cambios basados en analizar nuestra evidencia y la opinión de nuestros alumnos. Con una formación básica, podremos aprender a recoger datos y evidencias de lo que ocurre en nuestras clases, ordenarlos y analizarlos con métodos cuantitativos o cualitativos.

De esta manera podremos basar nuestra docencia en algo que va más allá de al propia intuición, que tiene en cuenta la opinión de quienes reciben nuestras clases y que nos permite alcanzar reflexiones profundas y obtener resultados sobre lo que de verdad funciona en educación.

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