Meses antes del 14 de febrero, en los invernaderos kenianos, se ajustaban cuidadosamente la luz, la humedad y el abono para que las rosas rojas lleguen a Europa a tiempo para San Valentín.
Puede que de las antiguas Grecia y Roma nos haya llegado la imagen de un Cupido de mejillas sonrosadas, pero los mitos sobre él exploran las facetas más turbias y a veces aterradoras del amor.
Gracias a la ciencia, sabemos que las flechas de Cupido no van dirigidas al órgano correcto. El amor no se cuece en el corazón, sino en el cerebro. Quizá por eso algunos de sus tiros no causan efecto.
En ocasiones, aplicamos a la búsqueda del amor nuestro instinto más comercial. Este San Valentín extraño evidencia que las pantallas se han convertido en un lugar donde hemos empezado a seleccionar a nuestra posible pareja con un simple gesto y sin conocerla de nada.