La fisiología de nuestros antepasados estaba perfectamente ajustada al rango calórico de las frutas frescas, lo que explica los efectos nocivos de los azúcares añadidos.
En verano aumenta la vida social y, con ella, el consumo de alcohol o refrescos y el picoteo de aperitivos y tapas que suman kilocalorías, grasa y sal a nuestro organismo. Esto no solo se traduce en un aumento de peso, sino también en un perjuicio para nuestra salud.
Alrededor del 26% de la población mundial sufre hipertensión, que está detrás de las enfermedades cardiovasculares, primera causa de muerte a nivel mundial. Reducir esas cifras es tan sencillo como bajar a la mitad el consumo diario de sal.
Según la OMS, no deberíamos consumir más de una cucharadita de sal al día. Pero muchos productos ya tienen sal añadida. ¿Cómo podemos entonces controlar su consumo?
Uno de los componentes del organismo que nos interesa mantener en perfecto estado de revista es el sistema inmunitario. Consumir cítricos, hidratarnos correctamente, dormir las horas necesarias y practicar ejercicio físico ayudan a ponerlo a punto.
La sal es el gran riesgo ignorado en nuestras mesas. Disminuir su consumo reduciría el impacto de las enfermedades más importantes en los países occidentales. Un dato: 4,1 millones de muertes al año se deben a la ingesta excesiva de sal.
Profesora Titular de Nutrición y Bromatología - Directora del proyecto BADALI, web de Nutrición. Instituto de Bioingeniería, Universidad Miguel Hernández