Las emisiones debidas al uso masivo que hacemos de internet no reciben la atención que merecen. Suponen alrededor del 4% de los gases de efecto invernadero producidos a nivel mundial.
Podemos extraer algunas lecciones de los efectos ambientales positivos de la crisis de COVID-19 y conclusiones sobre los cambios que deberíamos adoptar para combatir la emergencia climática.
Calle de Barcelona el 23 de marzo de 2020.
Boris Golovnev / Shutterstock
La reducción de la contaminación y de los accidentes de tráfico son datos positivos, pero faltan alternativas para permitir la actividad física al aire libre minimizando el riesgo de contagio. El coche debería ceder sus espacios a la bicicleta y al peatón.
Los sumideros terrestres absorben cada vez menos CO₂ y es previsible que en apenas unas décadas los ecosistemas emitan más dióxido de carbono del absorbido.
Instalación de captura y almacenamiento de dióxido de carbono en central térmica de Schwarze Pumpe, Brandeburgo, Alemania.
EPA/BERND SETTNIK
Stephanie Flude, University of Oxford and Juan Alcade, Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera (ICTJA - CSIC)
La tecnología de captura y almacenamiento de dióxido de carbono no ha conseguido hasta ahora disminuir las emisiones globales, y se nos acaba el tiempo.
Sembrar el planeta de bosques, como sugiere el Foro de Davos y apoya Donald Trump, no va a contrarrestar el CO₂ liberado durante millones de años e, incluso, puede aumentar las emisiones de este gas.
No desperdiciar las sobras de las comidas, usar menos envoltorios, comprar con conciencia y reutilizar la decoración son algunas de las propuestas para reducir la huella de carbono en unas fechas de consumismo exacerbado.
Gobiernos y ciudades apuestan cada vez más por la llamada movilidad limpia. Sin embargo, no debemos olvidar los impactos sociales y medioambientales de estas nuevas tecnologías.