Celina Aznarez, BC3 - Basque Centre for Climate Change and Unai Pascual, BC3 - Basque Centre for Climate Change
La vegetación y los espacios verdes no se distribuyen de forma homogénea en la trama urbana. Un reciente estudio analiza cómo influyen el nivel socioeconómico y la antigüedad de los barrios en su biodiversidad.
Hacer un buen diagnóstico del estado de una urbe mediante indicadores de sostenibilidad permite establecer un punto de partida para rediseñarla y hacer las mejoras oportunas en cada caso.
Los espacios con vegetación en las ciudades actúan como corredores que conectan los barrios y fomentan el desarrollo social y económico, además de proporcionar un entorno más resiliente.
Según la ONU, a finales de este siglo la población mundial será de unos 11 000 millones de personas. A este reto hay que sumar la proliferación de megaciudades, el envejecimiento y los movimientos migratorios.
Los edificios verdes aprovechan fuentes renovables y reducen la emisión de gases contaminantes y son respetuosos con el medio ambiente en todas las etapas del proceso de construcción.
La ONU estima que más de dos tercios de la población mundial vivirá en las ciudades en el 2050. La expansión urbana que lo permita debe tener en cuenta criterios de sostenibilidad y equidad.
La capital del país nació en un lago, el cual después fue secado, y sus ríos, entubados. Esto, a pesar de haber ocurrido hace bastantes años, representa graves problemas para las personas.
Los espacios verdes no han sido verdaderas prioridades de la planificación urbana. Pero el futuro de crisis climática y probables pandemias hace que sean aún más necesarios.
La actual crisis sanitaria ha reavivado el debate sobre la vivienda, núcleo de la actividad humana durante el confinamiento, que debería cumplir con unas condiciones básicas de habitabilidad.
Las ciudades podrían y deberían tomar medidas para convertirse en ciudades neutras de carbono, más habitables y más saludables al cambiar sus dinámicas de planificación urbana y de transporte.
COVID-19 supone un gran reto para la planificación urbana y la arquitectura, para garantizar una distancia social que evite riesgos infecciosos. En este punto, la imaginación se desborda.
Las evaluaciones de los flujos de energía generada, importada y consumida en las ciudades sirven de base para desarrollar políticas energéticas y ambientales más realistas.
Las superislas de Barcelona son un magnífico modelo para replicar en ciudades de todo el mundo y mejorar así la vida de los ciudadanos y la salud del planeta.
Profesor del Departamento de Ingeniería Química Industrial y del Medio Ambiente. Miembro del Grupo de Tecnologías Ambientales y Recursos Industriales, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
Dpto. Estructura Económica y Economía del Desarrollo. Coordinadora del Grupo de Estudio de las Transformaciones de la Economía Mundial (GETEM), Universidad Autónoma de Madrid