La mentira consciente y dañina es reprochable moralmente, y en muchos casos punible. No obstante, hay situaciones y circunstancias en las que conviene ponderar el grado de veracidad o de ocultamiento que puede emplearse de manera justificable.
Lo sorprendente no es que los políticos mientan, oculten o falseen información. Lo novedoso es que dichas mentiras, aun cuando se desvelen como tales, hoy en día no parecen ser castigadas por el electorado. ¿Por qué ocurre esto?
No importa en qué parte del mundo estemos: ante una expresión o movimiento facial, la universalidad de estos gestos permite percibir enfados, alegría o tristeza.
Los adultos de más de 50 años son responsables en un 80 % de la difusión de noticias falsas en Twitter y los mayores de 65 las ven en Facebook siete veces más que los usuarios de menos edad.
Parece que a mayor edad, más vulnerable se es a esta forma de engaño.
Las redes sociales fomentan una relatividad absoluta en la que la verdad puede ser personalizada a gusto de cada usuario. Contra esta interpretación excesivamente subjetiva de la verdad clamaba Umberto Eco en sus últimos escritos.
La termografía infrarroja permite saber quién nos miente y también quién nos ama, determinar con objetividad si una persona siente ansiedad o detectar su afinidad ideológica.
Si preferimos que alguien compruebe por nosotros qué es verdad y qué no, acabará mintiéndonos ‘por nuestro bien’, que es la más persistente y repetida mentira de la historia.
Un estudio constató que pedir a los niños de tres y cuatro años que se miren en un espejo mientras se les pregunta sobre una posible trastada aumenta significativamente su sinceridad.
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Para decir una mentira, un niño debe entender primero que otras personas pueden tener creencias y conocimientos diferentes a los suyos, y que estas creencias pueden ser falsas.
Psicóloga General Sanitaria. Directora del Centro de Psicología RNCR y PDI en la Universidad Internacional de Valencia, Universidad Internacional de Valencia