Muchas veces encontramos en las primeras páginas de los libros unos sellos que acreditan la sostenibilidad de las explotaciones forestales donde ha sido obtenido el papel. ¿Qué implican?
Tradicionalmente, los bosques se han definido en base a la densidad de árboles. En un contexto de cambio climático, sería conveniente tener en cuenta otras variables como la biodiversidad que albergan, su valor ecológico y su potencial de mitigación.
Existen diferentes sensores medioambientales muy precisos que permiten medir a muy alta resolución todo tipo de variables relacionadas con la salud de los árboles.
La reciente falta de lluvias supone la última estocada a un problema de fondo que ya venía arrastrando la región: el abandono del campo y la expansión de unos bosques que se ‘beben’ el agua en los montes.
Los bosques mineros, aquellos que crecen hoy sobre los otrora pozos de carbón en Asturias, adquieren protagonismo en la transición energética gracias a su capacidad para capturar dióxido de carbono.
A mediados del siglo XIX nació en Madrid la primera escuela de ingenieros de montes del mundo hispano como respuesta a la necesidad de regenerar los bosques y de sentar las bases científicas para su aprovechamiento sostenible.
El greenwashing –también llamado ecoblanqueo– y la plantación masiva de árboles sobre todo en regiones tropicales puede resultar más perjudicial que beneficioso. Antes de plantar nuevos bosques, aseguremos los que ya existen.
Hacer rentable la bioeconomía requerirá transitar hacia un uso del bosque mucho más intensivo y productivista que puede tener graves consecuencias para la degradación del suelo y la pérdida de su biodiversidad.
Los bosques mitigan el calentamiento global, pero sufren sus consecuencias. Gestionar el paisaje para optimizar su densidad y diversidad son estrategias para aumentar su resistencia.
El abandono del territorio da lugar a una rápida expansión de bosques y matorrales. La presencia de grandes herbívoros es imprescindible para generar ecosistemas más heterogéneos y menos vulnerables.
Los bosques y matorrales están sustituyendo a los pastos debido a múltiples causas, como el cese de actividades agrícolas y ganaderas. Como consecuencia, el paisaje pierde diversidad y es más proclive a los incendios.
Los pinsapares de las sierras de Cádiz y Málaga, en España, son vestigios de épocas pasadas más frías. Los autores han comprobado en un reciente estudio cómo responden estos bosques al aumento de las sequías.
Hasta hace poco, los propietarios de plantaciones forestales en España no podían beneficiarse de la venta de créditos de carbono por emisiones capturadas. Aunque existe ya un mercado que lo permite, presenta muchas limitaciones.
La “limpieza” de una hectárea de monte requiere, como mínimo, de cinco a diez jornales de trabajo. ¿Es factible financiar esta labor a nivel nacional con dinero público? ¿Qué otras alternativas existen?
En un nuevo estudio, los autores exponen el papel que la escasa gestión del monte en áreas protegidas, las plantaciones comerciales y el estado del combustible tienen en la propagación del fuego.
Durante la pandemia de COVID-19, la selva Amazónica ha visto un crecimiento explosivo de deforestación y caminos ilegales. Las elecciones de octubre en Brasil y Perú pueden ser un punto de inflexión.
Una serie de fotografías del autor permite apreciar la evolución del paisaje tras el incendio de Alt Empordà (Gerona) del año 2012: cómo desaparecen las ramas de los árboles muertos y van creciendo el sotobosque y los nuevos árboles.
Juli G. Pausas, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
Aunque calcinados, los árboles mantienen un entorno semiforestal beneficioso para la regeneración del bosque y la supervivencia del resto de seres vivos del ecosistema.