Cada vez más, la tecnología permite interferir y registrar la actividad de nuestro cerebro, lo que apremia a legislar para protegerlo frente a las potenciales intromisiones.
La inteligencia artificial analiza nuestras pautas de comportamiento, preferencias culturales y patrones de consumo ‘online’ para atribuirnos una religión, una ideología, una clase social o cierto estado de salud. Pero no siempre acierta.
La escasa regulación de las actividades económicas de las grandes corporaciones tecnológicas sigue jugando a su favor. Sin embargo, parece que cada vez hay más gobiernos que empiezan a defender los derechos individuales de sus ciudadanos.
Los asistentes virtuales tienen un lado oscuro, ya que son capaces de escucharnos aunque no lo sepamos. ¿Es consciente el consumidor de esto? ¿Le importa?
La cuestión no está en decidir si los individuos deben tener más seguridad y menos privacidad o viceversa, sino en saber identificar los riesgos y las amenazas que estas tecnologías tienen asociados.
¿Tiene la sensación de que las aplicaciones de su teléfono le espían? Las conexiones constantes a redes wifi fuera de casa desvelan parte de nuestra privacidad. Un nuevo sistema de direcciones aleatorias pretende cambiarlo.
En el desarrollo de hogares cada vez más inteligentes, Amazon podría tener pronto acceso a los mapas de nuestras casas creados y almacenados por las aspiradoras Roomba.
Pegasus no es la única aplicación con capacidad para espiarnos. En nuestro día a día somos vigilados constantemente y proporcionamos nuestro permiso de manera totalmente voluntaria.
Si se emplean programas de vigilancia, debe establecerse una norma que lo prevea y que contenga las garantías adecuadas para no vulnerar derechos fundamentales y para garantizar que su uso es proporcionado.
Declarar el robo de nuestros datos, prohibir los algoritmos antipolíticos y dividir a las grandes tecnológicas son algunas de las posibles estrategias para poner freno al capitalismo de la vigilancia.
Los sensores instalados en edificios y vehículos recogen abundantes datos relacionados con sus usuarios. No solo debe garantizarse la protección de estos datos, también la privacidad.
Los retos de regulación e impacto en los derechos fundamentales por la utilización maligna de nuestros rostros constituye una amenaza que ha de ser abordada y protegida por los sistemas jurídicos.
El documento, adoptado el pasado 14 de julio de 2021 por el Gobierno de España, puede servir de referencia para una futura norma que mejore la protección de los derechos digitales de los ciudadanos.
El anterior Gobierno afgano recogía datos biométricos de los ciudadanos sin cumplir con las medidas de privacidad necesarias. Ahora, esos datos están al alcance de los talibanes.
Muchos adultos desconocen qué normas hay o qué deben tener en cuenta cuando los más pequeños utilizan móviles y tabletas. Además, no todos los desarrolladores las cumplen.
Regular el manejo de las neurotecnologías evitará que se vulneren neuroderechos como los de la privacidad y la integridad mental. Y en ese proceso pueden servirnos de ayuda Batman, Iron Man o el universo Star Trek.
Hace unos años, los partidos se retransmitían con un par de cámaras. Hoy hay docenas. Sin duda, las múltiples cámaras ofrecen más perspectivas sobre cualquier jugada. Pero hay algo de Gran Hermano en todo el montaje mediático.
Los cambios en las condiciones de servicio de la aplicación que entran en vigor el 15 de mayo ofrecen una oportunidad para reflexionar sobre la ciudadanía digital.
Experto en Inteligencia artificial y datos para el desarrollo, acción humanitaria y gobernanza público-privada. Experto en innovación digital biomédica, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)