En el mundo empresarial, los olores contribuyen a detectar peligros y pueden servir para definir un producto, crear una identidad distintiva o mejorar la experiencia tanto de clientes como de empleados.
El olor del mar no es subjetivo, como tampoco lo es que un perfume huela distinto en cada persona. Los principales responsables son derivados del azufre que las olas dispersan en el aire.
El sentido del olfato se conecta directamente con áreas cerebrales vinculadas a la memoria y las emociones. Por eso algunos olores sacan a la luz recuerdos y sentimientos que creíamos olvidados.
El lenguaje de los aromas determina el olor que las tomateras dejan en nuestras manos, el picante del wasabi, y explican la importancia de lavarse la axila o por qué el olor del pipí de gato perdura tanto.
Habiendo miles de productos de diferente naturaleza y categoría para regalar en Navidad, el bombardeo publicitario se centra masivamente en la industria del perfume. Y puede tener una explicación científica.
Los científicos están experimentando con el uso de perros para oler a las personas infectadas con COVID-19. Pero los perros no son los únicos animales con olfato que detecta a las enfermedades.
Ojo con los perfumes que regalemos en estas fiestas. Lo ideal es que intensifiquen la señal olfativa inmunogenética del aroma natural de cada individuo. No hay que olvidar que ese aroma nos condiciona a la hora de elegir pareja.
El olfato se puede entrenar a diario buscando nuevas fragancias para memorizar. Lo hacemos fundamentalmente mediante la memoria olfativa, que conecta los aromas con recuerdos del pasado.
Los olores llegan a los lugares del cerebro relacionados con nuestro mundo interior, donde se almacena nuestro acervo emocional. De ahí que determinadas sustancias o alimentos nos evoquen recuerdos.
Si nos detenemos un momento a pensarlo, probablemente podamos identificar algún episodio del pasado en que un olor repentino nos “transportó” hasta recuerdos remotos. ¿Por qué tiene ese poder evocador? La neurociencia lo explica.
Si un día perdiésemos la vista, acudiríamos de inmediato al médico. Sin embargo, el tiempo transcurrido desde que se pierde el sentido del olfato hasta acudir a un especialista ronda los 2 años.
En torno al 70% de las personas que son infectadas por el virus presentan anosmia o disgeusia, aunque solo tengan una infección leve. ¿Podría servir para identificar la Covid-19 precozmente?
La pérdida de olfato, las alteraciones del sueño, los desarreglos intestinales y los estados depresivos podrían ser avisos tempranos de este trastorno.
Doctor en Psicología Clínica. Director del Máster en Gerontología y Atención Centrada en la Persona (Universidad Internacional de Valencia), Universidad Internacional de Valencia